Decir "carroñeros" suele implicar un escalofrío, una imagen negativa que toca una fibra implantada en un rincón de nuestra memoria racial. El atavismo con el que recibimos a esta palabra viene influenciado por el tabú que percibimos en la labor que realizan, la de limpiar de carroña, de muertos, el entorno.
Ciertamente, mucho ha ayudado el cine de terror a la hora de implantar esta imagen subliminal en nuestro subconsciente, ya que sin esas imágenes de buitres, cuervos, hienas y demás carroñeros rondando lugares téticros y acompañando a los malvados de turno posiblemente no tendrían tan mala prensa.
El paisaje más común que se asocia a las aves rapaces es el de las cumbres de montaña, o en todo caso, cómo no, la llanura meseteña. Sin embargo, hay rapaces que prefieren el viento salobre del mar, sus acantilados como vivienda y peces como alimento. Es el caso del pigargo europeo, una especie amenazada que parece querer remontar el vuelo en los últimos años.
El pigargo europeo (Haliaeetus albicilla) es un miembro de la familia de las Accipitridae bastante grande, que llega a medir casi un metro de altura y supera los dos metros de envergadura con facilidad (las hembras son mayores). Es de alas amplias, cabeza grande y pico fuerte. Tanto este como las patas son amarillos, y tiene una llamativa cola blanca en un plumaje por lo demás pardo.
Aun sin cazarlas, el ser humano es siempre una amenaza para las aves rapaces. Y es que las personas nos empeñamos en vivir a contracorriente de lo que dicta la Naturaleza. Si un animal muere en medio del campo, lo sano para el ecosistema es que otros aprovechen su carne...
... Pero no: por salubridad, estética o capricho, las personas tenemos que legislar para que se recojan unos despojos que deberían suponer un eslabón de la cadena alimentaria. Y, claro: pagan los que menos culpa tienen.

Ejemplo de lo dicho es lo que ocurre en zonas rurales de la provincia de Ávila, donde la falta de carne en el campo ha obligado a las rapaces a adaptarse y buscar carroña en los vertederos. Basta con que nos acerquemos al vertedero de, digamos, Urraca Miguel, una localidad de 53 habitantes al este de la provincia castellana: Allí, en el centro de tratamiento de residuos, son centenares los pájaros que comen cada día.
Adaptarse y, aun así, morir
Se trata de adaptarse o morir. E incluso adaptándose, es fácil que estos animales encuentren la muerte, habida cuenta de que entre el alimento que necesitan es fácil que se lleven todo tipo de plásticos, cristales o venenos.

Por no hablar de los parques eólicos que se hallan en torno a la zona y que suponen obstáculos a veces mortales para las rapaces. Por si todo esto fuera poco, la falta de perchas provoca que a veces los pájaros deban posarse sobre los cables de alta tensión, lo que también puede acabar con sus vidas.
El hombre genera el problema; las personas lo mitigan
Tal es el motivo por el que la ONG Campo Azálvaro de Segovia tiene la intención de mitigar el problema, tal como explica José Aguilera, unos de sus componentes, en unas declaraciones recogidas por el Diario de Ávila. Varios miembros de esta organización se han acercado a la zona de la que estamos hablando para comprobar la gravedad del problema in situ.
En la organización pretenden saber, y así se lo han solicitado a la Junta de Castilla y León, del índice de siniestralidad de las rapaces, protegidas en una buena cantidad de las ocasiones, incluso en peligro de extinción. En cualquier caso, se trata de especies vulnerables.
Todas las gestiones, a cargo de la ONG
El hecho es que las muertes son frecuentes, de modo que la organización ha previsto recuperar los dos comederos (muladares) con los que hoy por hoy cuenta Ávila. Aunque por ahora están deshabilitados, una vez que se recuperen, la idea es alimentar a estos pájaros tanto en Maello como en El Barraco. De esta forma, se le proporcionará comida segura y sin riesgos innecesarios a estas especies.

Es más: esta ONG se ha ofrecido a llevar la gestión, encargándose de recoger los animales que mueran en las diferentes explotaciones y de llevarlos a los muladares. La misma organización tiene en marcha otras iniciativas, como elaborar un censo de milanos reales, declarados especie en peligro de extinción por la importante regresión sufrida el año pasado.
Como habitante endémica del Paraíso, el águila de Madagascar (Haliaeetus vociferoides) no podía ser otra cosa que una belleza majestuosa. Y como a cualquier habitante del paraíso, roza el imposible verla. Además de ser la rapaz de mayor tamaño de la isla malgache, es una de las aves de presa que más cercanas se encuentran de la extinción.
Esta rara maravilla de la Naturaleza oscila entre los 2,2 kilos de los machos más pequeños y los 3,5 de las hembras de mayor tamaño. Presenta un plumaje de color marrón rojizo, bastante oscuro en el cuerpo, con unas mejillas blanquecinas, color este casi puro en la garganta y en la cola.

Al igual que su pariente, el águila pescadora africana, tiene una llamada melodiosa, agradable al oído humano. La época de reproducción de esta ave va de mayo a octubre, con una nidada compuesta por dos pollos de los que sólo uno sobrevive, tras una dura competencia con su hermano. A modo de curiosidad, cabe decir que son animales poliándricos –la hembra se aparea con más de un macho-.
Un pescador que no se moja (en exceso)
Se trata de un ave rapaz experta en pesca. Eso sí, a diferencia de otros pájaros, esta ave de presa no se sumerge en busca de la comida, sino que atrapa el pescado entre sus garras desde el aire, sin dejar que su cuerpo toque el agua.
Endémica, como decimos, de Madagascar, podemos dar con ella siguiendo la línea costera de Morombe, al suroeste; y de Antsiranana (Diego Suarez, hasta 1975) al norte. Si es tan difícil de divisar se debe a que la población se compone de un total de 222 individuos, sumando a ejemplares maduros y crías. De entre ellos, existen 99 parejas reproductoras censadas.

Podemos hablar, en el caso del águila de Madagascar, de, como mínimo, dos subpoblaciones: una de ellas se encuentra en la región de la costa noroeste y la otra se halla en la zona de Antsalova, al centro-oeste de la isla.
Al borde de precipicio
Dadas sus costumbres alimentarias, estos animales habitan en manglares, estuarios e islas en la costa septentrional. Los de la subpoblación del centro, lo hacen cerca de ríos y lagos de agua dulce. Unos y otros precisan de grandes árboles o de acantilados muy profundos para anidar y alimentarse.

La situación de esta rapaz es tan crítica que la lista roja de la UICN la ha incluido entre aquellas especies que se encuentran en peligro crítico. Y es que aunque la población descendió de manera importante a lo largo del siglo XX, los investigadores apuntan a que estas aves nunca han sido numerosas.
Sea como sea, la escasez de ejemplares y lo fragmentado se su población hacen a esta una especie candidata a extinguirse, más aun viendo como su hábitat se está degradando y como los humanos las persiguen de forma directa o indirecta. También contribuye a la degeneración de la especie la endogamia a la que se ve obligada, debido a la escasez de parejas disponibles.
Majestuosas y letales, elegantes y despiadadas, las aves de presa nos fascinan por su combinación inesperada de cualidades. Son como aristócratas de la vieja escuela. Y si son grandes, todavía impresionan más. Hoy vamos a reunir aquí las aves rapaces más grandes de nuestro planeta. Desplegad vuestras alas, que nos vamos a planear por el planeta.
Aunque sea un carroñero (y ciconiforme en sentido estricto), no por ello hay que quererlo menos, cada uno es como es. El cóndor andino (Vultur gryphus) es, además de un capaz planeador de visión penetrantísima, uno de las aves voladoras más grandes del mundo (se discute la envergadura con el albatros); un ejemplar macho adulto fácilmente llega a los quince kilos, tres metros de envergadura y a levantar casi metro y medio del suelo.

El águila monera filipina o Pithecophaga jefferyi es otro grandullón entre las rapaces. Sobre todo ellas, que son un 15% mayores que los machos, y calzan un metro de alto y siete kilos de peso. Es una especie muy amenazada, pues sólo quedan unos 300 ejemplares. El águila harpía americana no le va muy a la zaga. Ambas tienen poca envergadura por vivir en zonas boscosas, pero el peso y el tamaño las hacen destacar. La arpía tiene unas garras impresionantes.
Lo pequeño es elegante, pero lo grande impresiona más...
Luego entramos en un pelotón en el que las diferencias no son muy grandes entre todo un grupo de accipítridos de gran talla que se reparten el mundo que se desparrama bajo sus alas como grandes señores feudales. Si en América triunfa la harpía, en Europa predomina el águila real o imperial, en África el águila de Verroux, mientras Asia es del pigargo gigante y Siberia del águila de Kirguistán.

Por mencionar algún miembro de alguna familia rara, tenemos que volvernos hacia el secretario o Sagittarius serpentarius, único miembro de su familia y género (sagitáridos). Esta rapaz africana de más de un metro de alzada y curioso plumaje es semiterrestre, y, para mayor rareza, caza en tierra. Está especializada en hábitats de sabana y en presas como reptiles y grandes insectos, a los que golpea sin piedad hasta acabar con su vida.
Entre los estrigiformes (rapaces nocturnas, búhos y lechuzas), destaca por encima de todos el búho real, por su porte, su gran alzada y su respetable envergadura. Y claro, por su poderío como cazador. Pero hay otro aún mayor, al parecer el Bubo blakistoni de Manchuria. En el Holoceno también habría existido una lechuza, Tyto riveroi, casi de tamaño humano.

Y entonces, si entramos en la categoría "extintos", la escala cambia. El águila de Haast es el águila más grande que ha existido, originaria de Nueva Zelanda y que llegaba a los tres metros de envergadura. Dejó de existir hace 500 millones de años. Pero ha habido rapaces incluso mayores en la historia natural terrestre, aquellos de la familia de los teratornítidos, especialmente la Argentinavis magnificens. 7 metros de envergadura, 80 kilos de peso. Aquello sí que era un pájaro.
El águila calzada, cuyo nombre científico es Hieraaetus pennatus, ha surcado los cielos estivales de la península ibérica desde tiempos inmemoriales. Se trata de un ave rapaz que rara vez sobrepasa el metro treinta de envergadura. Las hembras son ligeramente más grandes que los machos llegando a pesar un kilo frente a los setecientos gramos de sus compañeros.
No son pues excesivamente grandes para ser águilas, por lo que también se conocen como aguilillas calzadas, en referencia a su menudo tamaño. Sus plumajes son muy variados y en ocasiones se les puede llegar a confundir con el busardo ratonero. Cuándo vuelan, sin embargo, son fáciles de identificar por una característica franja traslúcida que tienen en el borde de las alas y de la cola.

Se trata de un ave migratoria, aunque en los puntos más cálidos de nuestro país es posible encontrar algunos grupos que se quedan durante todo el año. Lo habitual es que en el mes de septiembre emprendan vuelo hacia África del Norte e incluso hacia Asia para regresar con los primeros rayos de la primavera a finales de marzo.
Unas buenas cazadoras
Como todas las aves rapaces, las águilas calzadas son muy buenas cazadoras. Son aves ligeras, muy vivaces que se desenvuelven perfectamente en zonas forestales, pero también en los terrenos abiertos. Se adaptan bien al medio y a las necesidades siendo capaces de atrapar a pequeños mamíferos aunque la base de su alimentación son otras aves. Pero a falta de su comida favorita pueden subsistir perfectamente a base de insectos y algunos reptiles.

Tienen una forma de volar muy característica, con constantes aleteos. Cuándo divisan a su presa se lanzan en picado sobre ella con una precisión asombrosa. Su fuerte pico y sus letales garras sirven para dar cuenta de sus presas de forma muy rápida ya que no son excesivamente fuertes y prefieren por tanto evitar los forcejeos
La llegada de los pequeños
Estas pequeñas águilas construyen sus nidos preferentemente en los árboles aunque se han visto algunos en los bordes rocosos de alguna pared montañosa. Utilizan ramas secas para la base, que cubren con hojas verdes de pino o de otros árboles. En ocasiones utilizan nidos abandonados de otras rapaces.
Durante los meses de abril a junio estos animales se unen para reproducirse. Las hembras ponen entre uno y tres huevos que incuban durante treinta y seis o treinta y ocho días mientras que el macho se ocupa de proporcionar el alimento.
Una vez que los polluelos rompen el cascarón, ambos progenitores se ocupan de sus cuidados y alimentación hasta que pueden llevar una vida independiente aproximadamente a los dos meses de nacer.
Estudiarlos para comprenderlos mejor
Actualmente las águilas calzadas son objeto de estudio por los especialistas, que han conseguido colocar emisores satélite en varios ejemplares, lo que nos ha proporcionado muchos datos sobre sus costumbres y sus movimientos migratorios.
También nos han proporcionado datos sobre las causas de su mortalidad, tras la cual está en algunos casos la mano del hombre, como es el caso de "Tricia", uno de estos ejemplares de estudio y que apareció muerta el pasado mes de noviembre por un disparo. Las águilas calzadas son animales protegidos y su caza puede acarrear importantes penas de cárcel.